La joven de Aughrim

-Dime qué es, Gretta. Creo que sé lo que te pasa. ¿Lo sé?
No, respondió ella enseguida. Luego, dijo en un ataque de llanto:
-Oh, pienso en esa canción, La joven de Aughrim.
Se soltó de su abrazo y corrió hasta la cama y, tirando los brazos por sobre la baranda, escondió la cara. Gabriel se quedó paralizado de asombro un momento y luego la siguió. Cuando cruzó frente al espejo giratorio se vio de lleno: el ancho pecho de la camisa, relleno, la cara cuya expresión siempre lo intrigaba cuando la veía en un espejo y sus relucientes espejuelos de aros de oro. Se detuvo a pocos pasos de ella y le dijo:

-¿Qué ocurre con esa canción? ¿Por qué te hace llorar?
Ella levantó la cabeza de entre los brazos y se secó los ojos con el dorso de la mano, como un niño. Una nota más bondadosa de lo que hubiera querido se introdujo en su voz:

-¿Por qué, Gretta? -preguntó.

-Pienso en una persona que cantaba esa canción hace tiempo.

-¿Y quién es esa persona? -preguntó Gabriel, sonriendo.

-Una persona que yo conocí en Galway cuando vivía con mi abuela -dijo ella.

La sonrisa se esfumó de la cara de Gabriel. Una rabia sorda le crecía de nuevo en el fondo del cerebro y el apagado fuego del deseo empezó a quemarle con furia en las venas.

-¿Alguien de quien estuviste enamorada? -preguntó irónicamente.

-Un muchacho que yo conocí -respondió ella-, que se llamaba Michael Furey. Cantaba esa canción, La joven de Aughrim. Era tan delicado.

Gabriel se quedó callado. No quería que ella supiera que estaba interesado en su muchacho delicado.

-Tal como si lo estuviera viendo -dijo un momento después-. ¡Qué ojos tenía: grandes, negros! ¡Y qué expresión en ellos..., qué expresión!

-Ah, ¿entonces estabas enamorada de él? -dijo Gabriel.


The Dead - Dubliners
James Joyce

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